Responsabilidad afectiva
Es el término que se utiliza para hacernos cargo de cómo influyen nuestras acciones en los sentimientos de las personas con las que nos relacionamos.
El término responsabilidad afectiva surge en la década de los 80 a raíz de cuestionamientos sobre feminismo y relaciones poliamorosas. Poco a poco, se fue utilizando para todo tipo de relaciones e interacciones, sentimentales, amistosas, familiares, laborales...
Se trata de defender la importancia de respetar y atender las necesidades de las demás personas con las que nos relacionamos. Se pretende que las relaciones sean simétricas y el cuidado sea recíproco.
Dicho de otra forma, la responsabilidad afectiva implica que nos responsabilicemos de las consecuencias que tienen nuestras conductas sobre los demás. El objetivo es no generar daño innecesario.
Quizá es más fácil de entender lo que no es responsable afectivamente. Seguro que os suenan términos como “ghosting”, “gaslighting”, “breadcrumbing” (o refuerzo intermitente), o bien frases del tipo “es que yo soy así”, “es que no tenemos nada serio”, etc.… Otros ejemplos, serían dejar pasar el tiempo a ver si un conflicto se resuelve solo, ilusionar a otro con falsas expectativas sobre cosas que sabemos que no vamos a cumplir…
Estas son las conductas más opuestas a ser responsable afectivamente, ya que son formas de evitar la responsabilidad y justificar (o no) conductas que dañan a otra persona. Las consecuencias de este tipo de conducta se producen tanto en la relación de pareja (crisis, relaciones tóxicas) o bien en las personas, produciendo baja autoestima, dependencia, miedo, inseguridad.
La responsabilidad afectiva tampoco significa descuidar las necesidades propias para priorizar las del otro, ni pasar a tener una relación de dependencia. El primer paso para poder tener en cuenta el impacto emocional y expectativas que generamos en otras personas, es atender a nuestros propios sentimientos, conocerlos, ponerles nombres y así gestionarlos.
Para poder mejorar la responsabilidad afectiva, conviene practicar la escucha activa, encontrar el equilibrio entre lo racional y lo emocional, enfrentarnos a aquello que nos resulta desagradable, del tipo escuchar cómo se siente el otro, pedir disculpas, afrontar conversaciones que pueden resultar incómodas…
Esto generará relaciones más sanas, con confianza y seguridad.